lunes, 21 de enero de 2013

Libertad de prensa.

   Recientemente leí a George Orwell, un afanado escritor y periodista británico, defensor a ultranza de la libertad de prensa de la década de 1940, siendo su década de máxima actividad literaria. Crítico directo de la autocensura británica de la época, considerado la gran molestia de su generación pues ponía en manifiesto la pasividad, pusilanimidad y torpeza de los medios ante la atrocidad stalinista que se estaba perpetrando en esa triste y conocida fecha: la Segunda Guerra Mundial. 

   Orwell combatió contra redactores, periodistas, productores literarios y un sin fin de profesionales del gremio de la literatura y el periodismo. Combatió no por una censura gubernamental, no. Combatió por la autocensura que se estaba dando en ese país, combatió para recordar a los cuidadores y alumbradores de la verdad (periodistas y escritores) que es de imperativo moral y profesional comulgar con la libertad de expresión, dar las espaldas a la censura gubernamental pero ante todo erradicar la idea de autocensura dogmática lograda a través de un adoctrinamiento pasivo pero sumamente invasivo.

   Entrando en materia: Orwell crucificó a todo escritor que no hablase de los crímenes que sus aliados en ese momento estaban haciendo en la Rusia Soviética. ¿Qué ocurría en Rusia? El terror de los gulags: los campos de concentración análogos a los rusos. Siendo el pueblo ruso el gran olvidado de la Segunda Guerra Mundial, se estima que murieron 1,6 millones de personas en esos campos del horror y la mentira. Por supuesto, dichas estimaciones se hicieron en base a archivos incompletos en una época donde la primera víctima fue la verdad. Según otros historiadores se cree que la cifra podría subir prácticamente a 20 millones. Insignificante frente a los 5'6 millones de sus análogos alemanes. 


   Pero, la pregunta es: ¿qué pasaba en el resto de Europa Occidental que apenas hubo eco de esto? Sencillo: para bien o para mal eran nuestros aliados más orientales, unos aliados que pese a su gran golpe alemán sobre ellos, no dejaban de ser temibles. 

   ¡He aquí cuando comienza la historia del hombre del saco! En esa época nadie con la suficiente materia gris como para ser periodista se atrevía a anunciar una sola palabra en contra de nuestros amigos stalinistas, evocar la verdad, como bien decía Orwell, era sinónimo de un silenciamiento pertinente y recurrente. La pregunta que debemos hacernos y reflexionar sobre ello es la siguiente:

   ¿Acaso no toda vida humana segada imperativamente no se merece una digna justicia?, ¿acaso no hay algo más amoral que la pasividad ante el crimen?

   Los escritores y periodistas británicos lo tenían claro: no se habla mal de los rusos, que los rusos, son mucho ruso. Triste, pues no se justifica en una censura gubernamental, sencillamente se creó un motor de censura ortodoxa cuyos engranajes daban vida al mismísimo movimiento perpetuo. En síntesis, ellos mismos se censuraban, y ellos mismos se privaban de voz aunque estuviesen de acuerdo con la publicación. La eterna pescadilla que se muerde la cola.

   Orwell lo tuvo muy claro, hombre de convicciones de los pies a la cabeza, tanto que sus acciones lo llevo incluso a mendigar en su propia tierra. No obstante, es un ejemplo de que la perseverancia premia al justo y vigilante. Orwell después de años consiguió publicar Rebelión en la granja, una obra crítica (muy sátira), donde pone manifiesto las atrocidades de los totalitarismos (concrétamente, stalinismo) a través de una historia metafórica. Ciertamente no fue fácil evocar la verdad en una época donde las verdades incómodas eran molestas y donde se daba preferencia a la mentira opioide. Pero la pregunta que me ha llevado a escribir todo esto es:

   ¿Hemos cambiado?, ¿hablamos o pensamos en libertad? Quiero pensar que ligeramente nos hemos vuelto algo más libres, pero en absoluto lo necesario para ser una sociedad librepensadora. Seguimos estancados en el qué dirán de Lorca o en el estancamiento espacio de Buero Vallejo y su escalera asfixiante. Seguimos callando por miedo a la reacción de que nuestras voces disformes al coro borreguil provoque altercados que irrumpan en nuestros idílicos estado del bienestar. Invito desde aquí a la reflexión siguiente, en concreto a todos aquellos que se dediquen a la tarea del periodismo: ¿el precio que se paga por vuestro educado silencio hace balanza con la pérdida de la libertad expresiva?

   Finalmente, dejo una parte del prólogo que daría a pensar hasta al más dormilón y desinteresado de los cerebros:

«Pero esta misma clase de censura velada actúa también sobre los libros y las publicaciones en general, así como sobre el cine, el teatro y la radio. Su origen está claro: en un momento dado se crea una ortodoxia, una serie de ideas que son asumidas por las personas bien pensantes y aceptadas sin discusión alguna. No es que se prohíba concrétamente decir «esto» o «aquello», es que «no está bien» decir ciertas cosas, del mismo que en la época victoriana no se aludía a los pantalones en presencia de una señorita. Y cualquiera que ose desafiar aquella ortodoxia se encontrará silenciado con sorprendente eficacia. De ahí que casi nunca se haga caso a una opinión realmente independiente ni en la prensa popular ni en las publicaciones minoritarias o intelectuales.» 
Extracto del prólogo de Rebelión en la granja, por George Orwell.

martes, 15 de enero de 2013

Patrick Rothfuss: un rey, no un heredero.

   Si bien Tolkien fue el icono de su siglo, creo que Patrick Rothfuss tiene sin lugar a dudas todas las papeletas para ser denominado abiertamente el legítimo heredero de la prosa fantástica. Todo aquel que haya leído y releído sus libros encontrará a un escritor de un talento totalmente fuera de lo común, con una caracterización de los personajes digna del psicoanálisis de Sigmund Freud, con una historia épica digna de Tolkien. Sin lugar a dudas la lista de atributos que se lo podrían atribuir -valga la redundancia- a este escritor, es infinita. 
   
   Recientemente leí que se le ha concedido el infame título de "heredero de la literatura", pero tomando como monarca referente al grandísimo George R.R Martín. A este suceso a todas luces injusto, doy mi humilde opinión.

   George R.R Martin creó una gran historia con la saga de Canción de Hielo y Fuego, sobra decir que su lengua lampiña ha sido meritoria de ser elevado entre los escritores de mayor prestigio. ¡Pero no confundir! Rothfuss tiene una prosa de calidad suprema que George R.R Martin jamás ha tenido -ni tendrá-, y cualquiera que haya leído a ambos sabrá perfectamente -sin lugar a discusión- que el potencial de Rothfuss respecto a Martin es sencillamente descomunal, el abismo que se abre entre ambos es axiomática e inevitablemente desproporcionado. A lo máximo aceptaría hablar de un nivel semejante, pero jamás uno encima del otro, ¡y mucho menos Martin sobre Rothfuss!

   ¿Por qué tanto bombo y platillo a Patrick Rothfuss?, ¿qué lo hace prácticamente un mesías para jóvenes escritores y veteranos lectores? Ambas respuestas se encuentran en el ejercicio de la lectura de su obra inacabada: el Matarreyes. No obstante, bajo mi humilde conocimiento intentaré hacer un ligero análisis de lo que considero clave de la prosa de Rothfuss:


  • Psicología: es de gran escritor el crear grandes personajes, pues es muy común encontrar grandes historias pero carentes de personajes caracterizados correctamente. Rothfuss en este caso no peca de tales pecados tan pecaminosos al lector, pues indagó de tal manera en la psicología y la psique de sus personajes como para considerarse casi un padre, ya que, sus creaciones de papel podrían ser fácilmente extrapolables a nuestro mundo. Esto se hace evidente durante la lectura, pues el lector conoce tanto de sus personajes -concrétamente Kvothe- como para anticiparte a sus reacciones, como si fuese de un gran amigo de la infancia cuyos idas y venidas son de total conocimiento para ti.
  • Intriga constante: muchos pensarán que tanta caracterización de los personajes puede conducir a una anticipación de los sucesos que acontecen la novela, ergo, novela fallida. Pero he aquí donde Rothfuss nuevamente se ríe sanamente del lector. Estamos ante un escritor que sabe que los personajes son ya conocidos para nosotros, que a través de una empatía suprema  se pone en nuestra piel, logrando así, sorprendernos con desenlaces de sucesos que consideramos imposibles. No se puede pedir mayor intriga. 
  • Registro lingüístico: no he podido evitar el pensar en Gabriel García Márquez, escritor afanado en buscar un registro mixto, haciendo coexistir lo coloquial con lo culto, dando lugar a un registro rico y expresivo, cálido y terrorífico. Así es Rothfuss, cultivador del registro mixto que tanto amo personalmente. 
  • Recursos literarios: en este apartado invito a su lectura, pues escribir uno por uno sería un sin sentido además de una falta de honestidad por mi lado, pues como escritor novel, me siento en la imperante necesidad de confesar que aún soy un pupilo en este aspecto, aunque no por ello, ciego a la obra en el sentido poético. 
  • Lengua lampiña: así es como considero todo escritor que no teme expresarse libremente en base a tópicos de dudosa procedencia. Al igual que Martin (aunque en menor grado, debo decir) no tiene reparos en hablar de ciertos aspectos naturales de la vida: el sexo. No en vano nuestro querido Kvothe, se nos hace algo promiscuo en el tiempo, y es que Felurian, ¡es mucho Felurian!
   Básicamente con estas las características que personalmente como lector me han fascinado, con esto quiero dejar muy claro que es un análisis de andar por casa claramente subjetivo. 

   Son tantas las razones por las que consideramos que este escritor es el nuevo Tolkien, ¡tantas! Sólo puedo invitar a la lectura, a sentir y saborear cada una de sus palabras y sus letras, porque debo decir finalmente: ¡que tenéis mi palabra que la indiferencia no brillará por su ausencia cuando leáis a este icono del s.XXI!